Wednesday, September 26, 2007

PREFAB SPROUT, STEVE McQUEEN y la educación sentimental

¿Cómo podemos separar nuestra vida de la música que nos apasiona? ¿Acaso podemos crear compartimentos estanco perfectamente diferenciados y sin interrelación? ¿No nos afecta de tal modo la música que sin ella seríamos personas totalmente diferentes? Así lo creo. Hace ya demasiado tiempo que uno ya no entiende su día a día sin una banda sonora que le acompañe, y uno tiene la profunda convicción que, en el fondo, es como es por los discos que ha escuchado. Tal vez esto resulte exagerado para algunos. Pero no lo es en absoluto, creedme. Y no sólo por la música en sí –evidentemente el fondo del asunto- sino también por “los discos”. Sí, los dichosos vinilos. No me considero un coleccionista de discos, pero ahí los tengo. En su estantería, ocupando un lugar privilegiado en mí casa. Atesoran horas y horas de emoción pura, pero también son objetos con una historia propia. De la mayoría de ellos podría contaros cuándo y dónde los compré, por qué los compré, cuando los escuché por primera vez… toda una infinidad de detalles personales e intransferibles. Algunos me retrotraen a cómo era mi vida entonces, qué hacía, por dónde andaba, a quiénes veía… en fin, todo eso que constituye nuestra memoria emocional. De algunos, los de segunda mano, hasta me llego a preguntar por sus “vidas” anteriores…

Y lo que son las cosas, reeditan el bendito “Steve McQueen” de Prefab Sprout (que no sólo revalida su status crítico inicial, sino que adquiere la trascendencia de “disco generacional” o incluso llega a considerarse, exageradamente pienso, como el "Pet Sounds" de los 80) en un precioso digipack doble, y mi historia es la del vinilo que tuve y ya no tengo. Recuerdo que compré el disco en una tienda que ya no existe en la calle Licenciado Poza de Bilbao, parada obligada las tardes de invierno al salir de clase, para deleitarme con una suculenta ración de vista. Era una tienda de aparatos de alta fidelidad y reparaciones que había añadido unas cuantas cubetas de vinilo nuevo y de segunda mano, más alguna estantería de CDs. Entonces uno tenía que atinar bien con la elección, pues la disponibilidad de pecunia era limitada, y había que estirar lo disponible lo máximo posible. En aquella ocasión el agraciado fue un disco cuya portada ejercía sobre mí un poder subyugante: una motocicleta Triumph (joder, Dylan!), tres tíos con vaqueros y chupas de cuero, una chica rubia y un fondo otoñal de árboles desnudos junto al camino. Y el título: Steve McQueen. De hecho tenía fichado el disco desde hacía unas cuantas semanas, claro (las raciones de vista tenían estas cosas, claro). Y aquello no podía ser otra cosa que una verdadera maravilla, tal y como había leído aquí y allá. El no va más. Costaba 500 pesetas y estaba en muy buen estado.

Ya en casa la revelación no fue la esperada. Tampoco fue una plena decepción. Supongo que aún no estaba preparado para aquella sensibilidad tan peculiar, aquella sonoridad tan de la época pero a la vez tan personal… mis escasos conocimientos musicales apenas me habían guiado en la dirección que Paddy McAloon y los suyos proponían. Aquello, por qué no reconocerlo, me superaba. Y decidí darle el mismo destino que me lo había traído: las cubetas de 2ª mano. Sin embargo, algo hizo clic en mi cabeza. Pasaba el tiempo y me iba reencontrando con las canciones de este disco: “Appetite”, “Bonny”, “When Love Breaks Down”… éstas y otras de su repertorio me han ido saliendo al encuentro en un momento u otro. Y la conclusión no dejaba lugar a dudas: tenía que recuperar aquel disco. Y no ha sido hasta ahora que lo he hecho: muchos de mis peros de entonces continúan (sobre todo en cuanto a producción, al parecer uno de los grandes valores del álbum, lo sé), pero las canciones que lo conforman se me han revelado irrepetibles, arrebatadoras, atemporales. Y para probarlo Paddy recrea aplicando, paradójicamente, la máxima “menos es más” (voz, guitarra y poco más) ocho de los once temas originales del disco. Seguro que es el disco que más he escuchado en las primeras semanas del verano, una y otra vez, desde “Appetite” hasta “When The Angels”, una a una destiladas hasta su más deslumbrante esencia, hasta su más emocionante humanidad. Y cuando llega “When Love Breaks Down” no queda más que poder decir. Un nudo en la garganta. Solo emoción pura. Canciones y sonidos que me retrotraen a aquellas oscuras y frías tardes de invierno, y a aquel chaval soñando con las canciones y sonidos que atesoraban aquellos vinilos de la tienda de Poza…

¡Ah, le educación sentimental, que diría mi amigo Manolo Martos! En el entre tanto, en la ya difunta Librería Universal de la calle Ledesma alguien daría buena cuenta de un vinilo titulado “Steve McQueen” al módico precio de 500 pesetas. Seguro.