Thursday, January 31, 2008

THE ANDERS & PONCIA ALBUM, Warner Bros., 1969. (Discos a recuperar, 4)


Otro álbum aún no editado en formato CD, y que por tanto merece nuestra insistencia sobre el mismo (ver Otoño Cheyenne # 4). La historia de Pete Andreoli (más tarde se cambiaría el apellido por Anders) y de Vinnie Poncia, Jr., como la de tantos otros orfebres y artesanos de canciones Pop en los sesenta no deja de tener un cierto sabor agridulce. Su legado musical es ciertamente notable (principalmente como compositores, productores y arreglistas), sobresaliente en numerosas ocasiones, pero por desgracia, el reconocimiento que merecen les es bastante esquivo fuera de los círculos más eruditos. Seguramente su momento álgido junto a Phil Spector (junto con quién escribieron un buen puñado de gemas para las Ronettes, Crystals y Darlene Love) a buen seguro les reserva un lugar privilegiado en la discoteca del aficionado atento, pero el resto de su producción entre 1964 y 1969 (Videls, The Tradewinds, The Innocence, etc.), no solo no le va a la zaga, sino que acumula méritos para hacerles ingresar en el Panteón de Compositores Pop de los Sesenta.

Pasados esos años de mayor éxito comercial, a comienzos de 1969, Anders y Poncia consiguen firmar, como solistas, un contrato con Warner Brothers, el “sello de los artistas”, una situación a priori ideal desde la que encauzar una nueva trayectoria. Al de poco se trasladan hasta Los Angeles para grabar el disco por el que habían firmado. Como productor para el álbum entra en juego Richard Perry. Un viejo conocido de nuestros héroes, Richard contaba en su haber con ciertas ilustres producciones para Captain Beefheart (su clásico primer LP “Safe As Milk”, de 1967), y más tarde sería el productor de Harry Nilsson, o el fundador del sello Planet para el que los Plimsouls grabaron su primer álbum. Entre otras muchas cosas (algunas bastante menos interesantes, ciertamente). Además lo más selecto de los músicos de sesión de la Costa Oeste, viejos conocidos del dúo, se dan cita para la ocasión: Hal Blaine y Jim Gordon (batería), Larry Knechtel (bajo y teclados), Joe Osborn (bajo) y las guitarras de “Sweet” Lou Shelton y los propios Anders y Poncia.

El álbum contiene diez temas propios y una versión del clásico de Leiber y Stoller “Smokey Joe’s Café” (con Ry Cooder a la guitarra). Canciones enormes como las incluidas aquí no pueden sino recibir nuestras más enfervorizadas alabanzas. “I’m Beginning To Touch You”, “You Don’t Know What To Do”, “Take His Love” o “The Height Of My Life”, por citar algún título, son sorprendentes muestras de hasta donde se había desarrollado el arte de la composición por parte de Anders y Poncia: dos artistas profundamente originales en su manera de fundir unas maneras que iban desde el pop escuela Brill Building, al R&B, aderezado todo ello con un poco de country y unas gotitas de tardía psicodelia. Y por supuesto, aunque de eso no cabía ya duda alguna, su faceta de músicos y vocalistas queda corroborada por unas interpretaciones lustrosas y apasionadas. Un álbum tan personal como universal y es que aquí se dan cita los grandes temas del Pop: el amor, la amistad, las relaciones interpersonales, en definitiva, el complejo mundo de los sentimientos humanos. Pero el hecho de que no se casasen con nadie, y que resultase un disco tan difícil de encasillar en un momento de transición de la música pop -la escena de cantautores californianos comenzaba a despuntar-, y sin un sencillo claro con el que atraer al público potencial, fueron factores que propiciaron un ineludible fracaso comercial y el posterior y paulatino ostracismo creativo de sus autores.

Si hemos de hacer caso a las notas que acompañaban al excelente CD recopilatorio “Mynd Excursions” publicado por Sequel hace años y que exploraba los archivos de los sellos Buddah/Kama Sutra, aún restaría por rescatar un disco autobiográfico inédito de Anders y Poncia. Excelente ocasión pues para que un sello como Rhino Handmade, con licencia para bucear en los archivos del conglomerado WEA, se ponga tras la pista de este material inédito y, de paso, rescate esta joya para deleite de todos.

ALAN BETROCK, héroe favorito.

Se nos echaba el tiempo encima, y no teníamos nada terminado para publicar en enero, cuando nos llegó el esperado libro sobre Bomp, “Saving the World One Record At a Time” (que merece entrada aparte). Y nos acordamos de Alan Betrock… y de este pequeño homenaje que le rendimos hace tiempo y nos apetecía recuperar…
Alan Betrock, Greg Shaw y Ken Barnes, en N.Y.C. a mediados de los 70

Pero, ¿es que no conoces a Alan Betrock? No, no, el Sr. Betrock no militó en ningún grupo de pop o rock. Ni tan siquiera tuvo una corta pero intensa (o larga y aburrida, depende del caso) carrera como artista de culto en solitario. Nada de eso. Y, sin embargo, creo que su nombre y su historia, debe figurar al lado de la de otros ilustres poprockeros. Y ello por la simple razón de que sin él, y otros como él, seguramente nosotros, y otros como nosotros, no estaríamos hoy en día hablando y escribiendo, y disfrutando y admirando, y amando, la música de Ellie Greenwich, de P.F. Sloan, de Phil Spector, de Graham Gouldman, de The Left Banke, de los Grupos de Chicas, de Brian Wilson y los Beach Boys, de Badfinger o los Raspberries, y también la de Blondie, los dB’s, Richard Hell, Televisión, los Ramones o Marshall Creenshaw. Y no sólo la música, también el cine y, en definitiva, la así llamada “cultura pop”, fueron desmenuzados, analizados y dados a conocer, por los estudios y escritos de este ilustre fanzineroso.

Nos guste o no vivimos en un mundo en el que prácticamente todo lo que podamos apetecer lo tenemos al alcance de la mano: el ratón de un ordenador o el teclado de un móvil. Lo que desde el punto de vista de un aficionado/amante de la música pop significa que ya no hay nada que no podamos saber de nuestros grupos preferidos, hasta el más oscuro detalle o ignoto dato, todo se nos revela en cuestión de segundos, gracias a ese nuevo mundo paralelo que es Internet. Ese imposible grupo de freakbeat británico, un oscuro instrumental a cargo de un grupo de música surf de principios de los 60, o esos one-hit wonders del medio oeste americano. Ya nada se nos puede resistir. Pero hubo una época en la que todo esto no existía, y si el pardillo de turno se preguntaba que había sido de aquel grupo que tuvo un éxito con “Walk Away Renee”, o si la versión original del “Gloria” era de los Shadows Of Night o de Them, pues se quedaba con un palmo de narices, porque muy pocos podrían responderle con verdadera exactitud. Los primeros 70 debieron ser muy duros para todos aquellos que crecieron amando la música de los 60. Pareció como si en unos pocos años todo aquello hubiese sido barrido de la faz de la tierra, y ya nadie lo recordase. Casi de repente resultaba que era más interesante escuchar y hablar de otro tipo de música, supuestamente más profunda e importante. La era de los dinosaurios y los plastones insoportables de alto minutaje estaba empezando, y con ella el (re)nacimiento de una industria cada vez más ávida e inmisericorde. Pero afortunadamente, unos pocos fans consiguieron lo que parecía imposible. Compilar información, analizarla desde una perspectiva histórica, y difundir todo esto con verdadera pasión y entusiasmo, logrando transmitir a una nueva generación todo el acervo generado por la mayor explosión cultural juvenil del siglo. Lo que sin duda alguna contribuyó de manera decisiva a crear la base de lo que a los pocos años cristalizaría de alguna forma en el punk y la nueva ola. Nombres propios como el de Lenny Kaye, que compiló, anotó y produjo el mítico “Nuggets”, en 1972; o Greg Shaw que publicaba la seminal “The Mojo Navigator” a finales de los 60/primeros 70 y más tarde la imprescindible revista/fanzine “Bomp!”. Y Alan Betrock, nuestro hombre, que comenzó publicando el fanzine “Jamz” para después editar la mítica revista “The Rock Marketplace” (que, entre otras cosas, fue una de las primeras revistas para coleccionistasy estudiosos del fenómeno "rock"). Lenny, Greg y Alan, seguramente nadie sabía más a principios de los 70 sobre la Historia de la Música Rock que estos tres titanes.

Siempre inquieto e inconformista, Alan Betrock funda en 1975 la revista “The New York Rocker”, que nacía como una extensión de TRM, pero dedicada esta vez a cubrir la emergente nueva escena musical, sobre todo la neoyorquina, y servir de vehículo para narrar los presentes y futuros acontecimientos de la misma. Alan fue editor de TNYR hasta 1977, abarcando el periodo crucial de la génesis, sedimentación y cristalización de la escena surgida en el Bowery neoyorquino. Y su revista fue tan crucial para esa escena como el CBGB o el Max’s Kansas City. Las portadas de TNYR convirtieron en estrellas a Patti Smith, los Ramones, Blondie, Television o los Talking Heads, antes incluso de que fueran conocidos fuera de Nueva York. Y sus lúcidos y visionarios editoriales le convirtieron en padrino de la escena, y en un gran “conceptualizador” de los acontecimientos de la última gran revolución musical, el punk-rock. Después de abandonar la dirección de TNYR a finales de 1977, tras once números, Alan inició en 1979 su propia compañía discográfica, Shake Records. Produjo y editó los primeros discos de los dB’s y Marshall Crenshaw. Más tarde produjo el LP Destiny Street de Richard Hell & The Voidoids y el Beauty And Sadness de los Smithereens (cuando hace unos años tuvimos ocasión de conocer a Pat Dinizio, éste nos obsequió con un buen puñado de anécdotas sobre Betrock, pero lo que se nos quedó grabado en la memoria fueron las depresiones que sufría y como, a su muerte, algunos de sus amigos tuvieron que rescatar de la quema parte de su impresionante colección).

Por supuesto, yo no era más que un niño cuando Alan escribía y maquetaba sus primeros fanzines, y un chaval cuando produjo las primeras maquetas de Blondie o escribió “Girl Groups: The Story of A Sound”, el libro definitivo sobre el fenómeno de los grupos de chicas de comienzos de los 60. Pero su pasión por la música que tan bien conocía y amaba de alguna forma se transmitió a cientos de seguidores que después hemos seguido su ejemplo, tocando en grupos, creando y escribiendo en fanzines, revistas, o simplemente descubriendo la maravillosa música que tanto le gustaba.

Alan Betrock murió el 9 de abril de 2000, a la edad de 49 años, en el Hospital Calvary, en pleno corazón del Bronx, Nueva York. La causa, un cáncer fatal que se le había diagnosticado sólo dos meses antes. Esto sólo es un pequeño homenaje que le rendimos desde este fanzine, que esperamos le hubiera agradado.