Uno de los placeres que los buscadores de perlas escondidas más apreciamos es cuando, revisando las cubetas en una disquera cualquiera, nos topamos con una portada de un disco que nos llama la atención, que de alguna forma, por alguna razón, nos atrapa. Nada sabemos sobre él, sólo que con esa portada la cosa muy mal no nos puede ir. Entonces escudriñamos la contraportada en busca de algún dato que nos sitúe: productor, arreglista, músicos, fechas, estudios… Pero nada, o muy poco nos revelan estos datos (si los hay). Con suerte, podemos sacar el disco de su funda y nos afanamos, en un desesperado último intento por confirmar la ascendencia de nuestro hallazgo, por ver si de entre los créditos de las canciones algún nombre nos puede confirmar nuestra primera impresión. Aceptamos el riesgo y pasamos por caja…
Algo parecido me sucedió con este disco de Val Stoëcklein que encontré hace unos años en una curiosa tienda de Amsterdam (en su planta noble vendían ropa y complementos para skaters pero en el sótano disponían de una bien nutrida tienda de discos) por tan solo 7,50 euros. Sólo con ver la portada ya tenía decido comprar el disco. Además en los créditos figuraba como productor Ray Ruff y los estudios Gold Star de Los Angeles, y leyendo las notas se revelaba que este sujeto de curioso nombre había liderado a los Blue Things. El año de edición 1968. No había duda.
Entran los primeros acordes de una guitarra de doce cuerdas, los preciosos arreglos de cuerda y finalmente la voz, y uno intuye que entra en un terreno conocido: aquel que ocupan los Gene Clark, Ron Elliott, Bob Lind o Nilsson. Estos son los primeros referentes que me vienen a la cabeza, tal es la envergadura del talento de este hombre. Se trata de un repertorio de canciones tristes e introspectivas, agrandadas por los arreglos de Dick Hieronymus, un profesional alejado del mundo del pop. Sin embargo, el efecto de esta mezcla de canciones acústicas con arreglos “bombásticos” confiere al conjunto un poderoso atractivo. Once canciones de melodías portentosas, personales introspecciones narradas por la singular voz de Val. El disco deja un profundo poso de melancolía, pero resulta a la postre irresistible, y uno se encuentra retornando a él una y otra vez. Como sucede con el disco homónimo de Gene Clark.
Como supondréis el disco pasó totalmente desapercibido, pese a que Ray Ruff (entonces A&R de Dot Records) orquestó una ambiciosa campaña promocional. Pero Val se negó a tocar en directo y el imprescindible hit-single que necesitaba nunca llegó a materializarse. Pese a que grabó un nuevo single para Dot, la carrera de Val llegó a un punto muerto. Continuó trabajando para Ruff, escribiendo canciones para otros artistas, pero nunca más volvería a grabar bajo su propio nombre. Años después abandonó L.A. y retornó a su Kansas natal a mediados de los ochenta. Pese a que según parece grabó un buen puñado de maquetas a lo largo de varios años, ninguna ha visto la luz del día. Poco antes de su primer viaje a L.A. en 1967 había pasado tiempo en una clínica donde le diagnosticaron un trastorno bipolar: esto explicaría su errático comportamiento. Cuando fue hallado muerto en su casa a los 52 años en 1993 ni siquiera apareció un obituario en el periódico local de Hutchinson (una tranquila población en el Sur de Kansas, donde vivía). Su familia adujo un problema cardíaco como causa de la muerte. Sus amigos hablaban de un tipo tímido, sensible, y frágil.
Tal vez después de todo, esta portada fuera la perfecta descripción de este hombre y su vida. Fijaos bien ella. El disco se encuentra disponible hoy en día a través del sello Fallout con el añadido de los dos temas del single posterior al álbum.